Las gominolas o chucherías (chuches, incluso) son uno de los aperitivos más populares entre niños/as y jóvenes. Su textura gomosa, su sabor dulce y la multitud de formas que pueden adquirir son algunos de los rasgos que las definen. Existe mucha controversia alrededor de las gominolas, debido al exceso de azúcar y la falta de valor nutricional. Si observamos los ingredientes que componen una bolsa repleta de ositos, por ejemplo, veremos azúcar, zumo de frutas concentrado, jarabe de maíz y gelatina.
¿Te has parado a pensar cómo se prepara este último ingrediente?
La gelatina es un producto preparado a base colágeno sometido a un proceso de hidrólisis. Dicho colágeno proviene del tejido que une los huesos, piel y cartílagos de animales. Este conjunto de restos cárnicos se someten a un largo proceso de ebullición, en el que se esterilizan a más de 140 grados. La mezcla que se obtiene tras este tratamiento se tritura y se deseca hasta que se convierte en un polvillo blanco, al que se le puede añadir color, aroma, sabores…
Pese a que el proceso de fabricación puede resultar un poco desagradable, lo cierto es que la gelatina sin aditivos químicos no supone ningún riesgo para la salud, ya que se trata de una fuente de proteína animal. Aunque, como la mayoría de snacks que provienen de bolsas de colores, es importante tener en cuenta que no son alimentos que se puedan considerar como parte de la dieta diaria de una persona. No debemos culparnos por comer de vez en cuando algunas gominolas, pero siempre debemos combinarlas con unos hábitos alimenticios saludables.
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